lunes, 25 de abril de 2016

Enseñando para cambiar vidas

   De la forma en que comenzó mi vida, estoy seguro de que pude morirme e irme al infierno y nadie se hubiera preocupado mucho por mí. 

   Nací en un hogar destruido, mis padres se separaron antes de que yo naciera. La única vez que los vi juntos fue dieciocho años después, cuando me llamaron a testificar en un juicio de divorcio. De niño viví en un vecindario al norte de Filadelfia en donde se
decía que nunca se podría establecer una iglesia evangélica. Pero Dios muestra su fantástico sentido del humor cada vez que alguien decide lo que no se puede hacer. Él guió a un pequeño grupo de cristianos a unirse, comprar allí una casita, y comenzar una iglesia.

   Uno de los hombres de la iglesia se llamaba Walt. Su educación solo llegó hasta el sexto grado. Un día, Walt le dijo al superintendente de la escuela dominical que quería comenzar una clase de escuela dominical.

   -Magnífico, Walt -le dijo-, pero no tenemos un puesto para ti.

   Sin embargo, Walt insistió hasta que por fin el superintendente le dijo:

   -Bueno, vete y consigue una clase. Cualquier persona que consigas será tu alumno.

   Entonces Walt vino a mi barrio. La primera vez que nos conocimos yo estaba afuera jugando a las canicas en el concreto.

   -Hijo -dijo él-,  ¿te gustaría ir a la escuela dominical?

   Yo no estaba interesado. No quería saber de nada que tenga que ver con una escuela. Así que él dijo:

   -¿Qué te parece si jugamos a las canicas?
   
   Eso era diferente. Así que nos pusimos a jugar a las canicas y la pasamos muy bien, a pesar de que me ganó todos los juegos. Para entonces, lo hubiera seguido a donde quiera. 

   Walt recogió un total de trece muchachos de esa comunidad para su clase de escuela dominical, de lo cuales nueve procedían de hogares destruidos. Once de los trece están ahora dedicados a tiempo completo al trabajo de la vocación cristiana. Realmente no puedo decir mucho de lo que Walt nos decía, pero acerca de él sí tengo mucho que contar... porque él me amó por causa de Cristo. Él me quiso más que mis padres.

   Acostumbraba llevarnos a dar caminatas, y jamás olvidaré esos tiempos. Estoy seguro que le empeoramos el corazón, pero él corría con nosotros por aquellos bosques porque se interesaba en nosotros. Él no fue la persona más brillante del mundo, pero era genuino. Lo sabía, y también lo sabían todos en la clase.

   Así que, mi interés en enseñar es mucho más que profesional. Es también intensamente personal, y en realidad es una pasión, porque la única razón por la cual hoy tengo un ministerio es que Dios puso en mi camino a un maestro entregado.

   Años atrás participé en una convención de escuela dominical en la Iglesia Moody Memorial de Chicago. Durante un receso para almorzar, tres de los que estábamos dando clases en la convención, cruzamos la calle para ir a una tiendecita de hamburguesas. El lugar estaba lleno, pero pronto se desocupó una mesa para cuatro. Vimos a una anciana que, de acuerdo a la cartera que llevaba, sabíamos que estaba asistiendo a la convención y la invitamos a
que nos acompañara.

   Nos dijo que tenía ochenta y tres años y que era de un pueblo que estaba en la parte superior de la península de Michigan. En una iglesia con una escuela dominical de solo sesenta y cinco personas, enseñaba una clase de trece jóvenes de los tres primeros años de la escuela secundaria. La noche antes de la convención viajó por ómnibus hasta Chicago. ¿Por qué? Dicho en sus palabras: 
«Para aprender algo que me convierta en una mejor maestra».
   En ese momento pensé: «La mayoría de la gente que tuviera una clase de trece jóvenes en una escuela dominical de solo sesenta y cinco personas se estaría dando golpes de pecho y diciendo: ¿Quién, yo? ¿Ir a una convención de escuela dominical? iYo no necesito de eso, puedo hacerlo yo mismo! Pero no era así con esta mujer.

   Ochenta y cuatro de los muchachos que se sentaron ante sus clases ahora son jóvenes dedicados al ministerio. Y veintidós son graduados del seminario donde doy clases. Si usted me preguntara el secreto del impacto de esta mujer, le daría hoy una respuesta totalmente diferente a la que le hubiera dado hace treinta años. En aquel entonces se lo hubiera acreditado a su metodología.
Ahora creo que se debe a su pasión por comunicar.

   En mi corazón, la preocupación que siento por usted es que Dios le dé una pasión como esa... y que nunca la deje morir. Y ojalá que nunca se canse de sentir la emoción que da que alguien realmente lo escuche y aprenda de usted.

jueves, 21 de abril de 2016

David Wilkerson tenía razón

   Te dije que tenía algo que contarte. Y es cierto. Pero primero déjame recordarte que ya te he contado otras cosas, que si no las recuerdas, lo de hoy no te hará mucho sentido.  Por eso, y valorando la ley del repaso te las recordaré.

   Mi iglesia, bueno la iglesia del Señor donde yo me reúno, tiene una congregación en San Juan de Perijá.  Te conté muchas cosas que estaban pasando allí y te conté de nuestro viaje misionero durante Semana Santa. Mejor dicho, la semana donde recordamos lo que hizo el Santo y Sublime por aquellos que vino a salvar.  También te conté como estábamos orando por un siervo que el Señor levantara para pastorear esa congregación. ¿Recuerdas?

   Bueno, yo también te coloqué en el blog un enlace para el blog del hermano David Wilkerson. ¿Lo viste? Por si no lo hiciste, te voy a decir un poquito de lo que él dijo:
"Usted pensará: "Las puertas en todo el mundo se están cerrando."  Puede ser cierto, pero no importa cuán cerradas estén algunas naciones a nuestros ojos. Si Dios puede destruir la Cortina de Hierro en Europa y la Cortina de Bambú en el Asia, nada puede impedir que Él obre donde quiera, (Hasta en San Juan de Perijá, añado yo).
   En la década de los ochenta, cuando nuestro ministerio estaba ubicado en Texas, pasé un año orando para que Dios enviara a alguien a la ciudad de Nueva York, alguien que levantase una iglesia en Times Square.  Prometí ayudar a quien sea que Dios escogiera: enviando dinero, organizando reuniones, levantando un respaldo económico. Pero, mientras yo estaba orando para que Dios envíe un obrero a una cosecha en particular, el Señor puso la carga sobre mí."
   ¿Sabes ya de qué estoy hablando?  ¡Sí!  Sucedió también en mi iglesia.  Este domingo pasado estuvimos celebrando los 96 años de la Sociedad de Damas de la Iglesia.  También celebramos los 110 años de la llegada del evangelio a Maracaibo.  Y celebramos el día del pastor.

   El Señor nos proveyó para hacerle un regalo a nuestro pastor, no tanto como queríamos pero con todo nuestro cariño.  Y el pastor le dio a la iglesia un regalo mayor en el día de la celebración.  Él nos dio la noticia de que a partir del primer domingo del mes de mayo, él y su familia estarían viajando cada domingo, para estar de 4:00 a 6:00 pm en San Juan de Perijá para reaperturar la congregación.

   Estoy segura de que estarás de acuerdo conmigo en darle un inmenso ¡Gloria a Dios! porque al fin los amados hermanos y los niños y los dos jóvenes que ya conoces por las fotografías, podrán todas las semanas escuchar enseñanzas de la Palabra.  ¡Dios sí que hace cosas que te dejan con la boca abierta!

   ¡Estoy feliz!  Los motivos de oración ahora son más y diferentes.  Seguiremos orando por un pastor que esté allí a tiempo completo.  Oraremos para que el Señor le de una porción doble de fortaleza a nuestro pastor y a su familia. Oraremos por el equipo de ayudantes necesarios, incluyéndome a mí si así lo desea mi Señor.  Y por favor, si queda un cupo en tus oraciones, recuérdanos. Necesitamos transporte para poder ir a ayudar.  Mi carrito está disponible pero tiene un ruido terrible.  Si el Señor nos ayuda lo usaremos.

   Prometo contarte todo lo que pueda de cómo se  glorificará el Señor en este rincón de Venezuela y cómo Su Palabra correrá y hará aquello para lo que el Señor la enviará.  ¡Estoy feliz!

martes, 19 de abril de 2016

Números de Hudson Taylor para el Señor de la Mies

   Hudson le escribió a su hermana: 

"¡Imagínate trescientos sesenta millones de almas sin Dios y sin esperanza en la China! ¡Parece increíble que 12 millones de personas mueran cada año sin ningún consuelo del evangelio!  Casi nadie le da importancia a la China donde habita cerca de la cuarta parte de la raza humana...Ora por mí, querida Amelia, pidiéndole al Señor que me dé más de la mente de Cristo... Yo oro en el almacén, en la caballeriza, en cualquier lugar donde puedo estar solo con Dios.  Y él me concede momentos gloriosos...  No es justo esperar que V...(la novia de Hudson) vaya conmigo para morir en el extranjero.  Siento profundamente dejarla, pero mi Padre sabe lo que es mejor para mí y no me negará nada que sea bueno..."
   Fue el 1 de marzo de 1854 que Hudson Taylor a la edad de 21 años, logró desembarcar en Shangai y escribió:
 "No puedo describir lo que sentí al pisar tierra.  me parecía que el corazón me iba a estallar dentro del pecho; las lágrimas de gratitud y gozo me corrían por el rostro."
   Durante los primeros tres meses que pasó en la China, distribuyó mil ochocientos nuevos Testamentos y Evangelios y más de dos mil libros.  Durante el año de 1855 hizo ocho viajes, uno de ellos de 300 kilómetros, subiendo por el río Yangtsé.  En otro viaje visitó cincuenta y una ciudades en las que nunca antes se había oído el mensaje del evangelio.

  A fin de ganar más almas para Cristo, a pesar de las censuras de los demás misioneros, adoptó el hábito de vestirse igual que los chinos. Se rasuró la cabeza por el frente dejando el resto del cabello que formase una larga trenza. El pantalón, que tenía mas de medio metro de holgura, lo aseguraba conforme era la costumbre con un cinturón. Las medias eran de algodón blanco, el calzado de satén.  el manto que le colgaba de los hombros, le sobresalía de la punta de los dedos de las manos mas de sesenta centímetros.

   El 20 de enero de 1858, Hudson Taylor se casó con María Dyer, una misionera de talento en la China.  Las privaciones y las obligaciones del servicio en Sahngai, Ningpo y otros lugares fueron tales, que Hudson Taylor, antes de completar seis años en la China, se vio obligado a volver a Inglaterra para recuperar su salud.  Para él fue casi como una sentencia de muerte cuando los médicos le dijeron que nunca mas debía volver a la China.

   No obstante, el hecho de que perecían un millón de almas todos los meses era una realidad para Hudson Taylor; así pues al regresar a Inglaterra inició de inmediato, con su espíritu indómito, la tarea de preparar un himnario, así como la revisión del Nuevo Testamento para los nuevos convertidos que había dejado en China.  Continuaba usando su típico traje y trabajaba con el mapa de China en la pared.

   Faltan días para contar toda la experiencia de Hudson Taylor, solo voy a terminar diciendo que usó cinco años traduciendo el Nuevo Testamento al dialecto Ningpo.  En su muerte en 1905, habían 205 estaciones con 899 misioneros y 125.000 cristianos chinos en la misión interior de China.

Biografía de Hudson Taylor

lunes, 18 de abril de 2016

Hudson Taylor

   "Así pues, mientras mi querida madre, de rodillas en su cuarto, alababa a Dios, yo estaba alabando a Dios en la biblioteca de mi padre donde había entrado para leer el librito."

    Fue de esa manera como Hudson Taylor aceptó para su propia vida la obra propiciatoria de Cristo, un acto que transformó totalmente el resto de su existencia.  Acerca de su consagración, escribió lo siguiente:

"Recuerdo muy bien ese momento cuando con mi corazón lleno de gozo, derramé mi alma ante Dios, confesándome repetidamente agradecido y lleno de amor porque Él lo había hecho todo, salvándome cuando yo había perdido toda esperanza, y no quería la salvación.  Le supliqué entonces, que me concediese una obra que realizar como expresión de mi amor y gratitud, algo que requiriese abnegación, fuese lo que fuese; algo para agradar a quien había hecho tanto por mí.  
   
   Recuerdo como, sin reservas, consagré todo; colocando mi propia persona, mi vida, mis amigos y todo sobre el altar. Con la seguridad de que mi ofrecimiento fue aceptado, la presencia de Dios se volvió verdaderamente real y preciosa. Me postré en tierra ante Él, humillado y lleno de indecible gozo. Para qué servicio había sido aceptado, no lo sabía. Pero sentía una certidumbre tan profunda de que ya no me pertenecía a mí mismo, que ese sentimiento , después, dominó toda mi vida. Nunca me olvidaré de lo que sentí en aquel momento; no hay palabras para describirlo."  

   Poco tiempo después, sintió que Dios le llamaba para servir en China. Desde entonces su vida tomó un nuevo rumbo, pues comenzó a prepararse diligentemente para lo que sería su gran misión.  Adaptó su vida lo más posible a lo que pensaba que podría ser la vida en China.  Hizo más ejercicios al aire libre; cambio su cama mullida por un colchón duro, y se privó de los delicados manjares de la mesa.  Distribuyó con diligencia tratados en los barrios pobres y celebró reuniones en los hogares.

   Comenzó a levantarse a las cinco de la mañana para estudiar el idioma chino. Como no tenía recursos para comprar una gramática y un diccionario, muy caros en ese tiempo, estudió el idioma con la ayuda de un ejemplar del Evangelio de Lucas en mandarín.  También empezó el estudio del griego, hebreo y latín.

   En mayo de 1850 comenzó a trabajar como ayudante del Dr. Robert Hardy, con quien siguió aprendiendo el arte de la medicina que había comenzado con su padre.  Sabía de la escasez de médicos en China, así que se esmeró por aprender.  En noviembre del año siguiente, tomó otra decisión importante: para gastar menos en sí mismo y poder dar más a otros, arrendó un cuarto en un modesto suburbio de Drainside, en las afueras del pueblo.  Aquí empezó un régimen riguroso de economía y abnegación, oficiando parte de su tiempo como médico auto nombrado, en calles tristes y miserables.  Se dio cuenta que con un tercio de su sueldo podía vivir sobriamente.  "Tuve la experiencia de que cuanto menos gastaba en para mí y mas daba a otros, mayor era el gozo y la bendición que recibía mi alma." 

...continuará...  Tengo buenas noticias para compartir después de Hudson Taylor
   

jueves, 14 de abril de 2016

Padre de las misiones en el interior de la China

   En un memorable día, antes del nacimiento del hijo primogénito de la familia, el padre llamó a su esposa para conversar sobre un pasaje de las Escrituras que lo impresionaba profundamente.  En su Biblia le leyó una parte de los capítulos 13 de Éxodo y 3 de Números: 
Hudson Taylor
"Conságrame todo primogénito... Mío es todo primogénito... Míos serán... Dedicarás a Jehová todo aquel que abriere matriz..."  
   Los esposos conversaron durante largo rato sobre la alegría que les esperaba. Entonces, de rodillas, entregaron su primogénito al Señor, pidiéndole que ya desde ese momento lo separase para su obra.

   Santiago Taylor, el padre de Hudson Taylor, no solo oraba con fervor por sus cinco hijos, sino que también les enseñó a todos a pedir a Dios todas las cosas detalladamente. Arrodillándose cada día al lado de la cama, el padre colocaba el brazo alrededor de cada uno, mientras oraba con insistencia por él. Insistía en que cada miembros de la familia pasase también, al menos media hora todos los días, ante Dios renovando su alma por medio de la oración y el estudio de las Escrituras.

   La puerta cerrada del cuarto de la madre diariamente, al mediodía, a pesar de las constantes e innumerables obligaciones de ella, tenía también una gran influencia sobre todos, puesto que sabían que se postraba delante de Dios para renovar sus fuerzas, y para pedir que el prójimo se sintiese atraído al Amigo invisible que habitaba en ella... sin embargo, como sucede con muchas personas, el joven llegó a la edad de diecisiete años sin reconocer a Cristo como su Salvador.  

   El mismo dice: "...quiero contarles cómo Dios respondió a las oraciones que mi madre y mi hermana querida, elevaron al Señor por mi conversión. Cierto día, para mí inolvidable...con el fin de distraerme, tomé un folleto de la biblioteca de mi padre. Pensé leer el comienzo de la historia pero no la exhortación del fin.

   Yo no sabía lo que sucedía en ese mismo instante en el corazón de mi querida madre, quien se encontraba a mas de cien kilómetros de distancia.  Ella se había levantado de la mesa anhelando la salvación de su hijo.  Hallándose lejos de su familia y libre de los quehaceres domésticos, entró en su cuarto resuelta a no salir de ahí hasta no recibir una respuesta a sus oraciones.  Oró durante varias horas hasta que por fin, solo pudo alabar a Dios, puesto que el Espíritu Santo le reveló que el hijo por quien estaba orando, había sido salvado.
   
   Yo, como ya lo mencioné, fui guiado al mismo tiempo a leer el folleto. Entonces mi atención fue atraída por las siguientes palabras: La Obra Consumada.  Me pregunté a mi mismo: "¿Por qué el escritor no escribió: La Obra Propiciatoria?  ¿Cuál es la Obra Consumada?"  Entonces me di cuenta de que la propiciación de Cristo era perfecta.  Toda la deuda de nuestros pecados quedó pagada, y no me quedaba nada por hacer.  En ese momento sentí una gloriosa convicción, fui iluminado por el Espíritu Santo y reconocí que lo único que necesitaba era postrarme y aceptando al Salvador y su salvaciòn, alabarlo por siempre."

...continuará...

miércoles, 13 de abril de 2016

El Príncipe de los Predicadores al Aire Libre

Jorge Whitefield
   Más de cien mil hombres y mujeres rodeaban al predicador hace doscientos años en Cambuslang, Escocia.  Las palabras del sermón, vivificadas por el Espíritu Santo, se oían claramente en todas partes donde se encontraba ese mar humano. Era Jorge Whitefield. Ardía en él un santo celo de ver a todas las personas liberadas de la esclavitud del pecado. Durante un período de 28 días realizó la increíble hazaña de predicar a diez mil personas cada día.  Su voz se podía oír perfectamente a mas de un kilómetro de distancia a pesar de tener una constitución física delgada y de padecer de un problema pulmonar.

Todos los edificios resultaban pequeños para contener esos enormes auditorios, y en los países donde predicó, instalaba su púlpito en los campos, fuera de las ciudades. Predicó un promedio de diez veces por semana, durante un período de treinta y cuatro años, la mayoría de las veces bajo el techo construido por Dios, que es el cielo.

   Su vida fue un milagro. Jorge Whitefield nació en una taberna de bebidas alcohólicas.  Antes de cumplir tres años su padre falleció.  Su madre se casó de nuevo pero a Jorge se le permitió continuar sus estudios en la escuela. En la pensión de su madre hacía la limpieza de los cuartos , lavaba la ropa y vendía  bebidas en el bar. Por extraño que parezca, a pesar de no ser aun salvo, Jorge se interesaba en gran manera en la lectura de las Escrituras, leyendo la Biblia hasta altas horas de la noche y preparaba sermones.

   Se costeó sus propios estudios en Pembroke College, Oxford, sirviendo como mesero en un hotel.  Después de estar algún tiempo en Oxford se unió al grupo de estudiantes al que pertenecían Carlos y John Wesley.  Pasó mucho tiempo, como los demás de ese grupo, ayunando y esforzándose en mortificar la carne, a fin de alcanzar la salvación, sin comprender que la verdadera religión es la unión del alma con Dios y la formación de Cristo en nosotros.

  Con la salud quebrantada, quizá por el exceso de estudio, Jorge volvió a su casa para recuperarse; pero resuelto a no caer en la indiferencia, estableció una clase bíblica para jóvenes, que como él, deseaban orar y crecer en la gracia de Dios.  Diariamente visitaba a los enfermos y a los pobres, y con frecuencia, a los presos en las cárceles, para orar con ellos y prestarles cualquier servicio manual que pudiese.

   Jorge Whitefield tenía en el corazón un plan que consistía en preparar cien sermones y presentarse para ser destinado al ministerio.  El día anterior a su separación para el ministerio lo pasó en ayuno y oración.  El mismo escribió: "En la tarde me retiré a un lugar alto cerca de la ciudad, donde oré con insistencia durante dos horas pidiendo por mí y también por aquellos que iban a ser separados junto conmigo.  El domingo me levanté de madrugada y oré sobre el asunto de la epístola de San Pablo a Timoteo, especialmente sobre el precepto: Ninguno tenga en poco tu juventud..."

Jorge Whitefield nunca se olvidó ni dejó de aplicar las siguientes palabras del doctor Delaney: "Deseo, todas las veces que suba al púlpito, considerar esa oportunidad como la última que se me concede para predicar, y la última que la gente va a escuchar."  El Espíritu Santo continuó obrando con poder en él y por él durante el resto de su vida, porque nunca abandonó la costumbre de buscar la presencia de Dios.  Dividía el día en tres partes: ocho horas solo con Dios y dedicado al estudio, ocho horas para dormir y tomar sus alimentos y ocho horas para el trabajo entre la gente.

   Predicaba en forma tan vívida que parecía casi sobrenatural. Se cuenta que cierta vez predicando a algunos marineros, describió un navío perdido en un huracán.  Toda la escena fue presentada con tal realidad, que cuando llegó al punto de describir cómo el barco se hundía, algunos de los marineros saltaron de sus asientos gritando: ¡A los botes!, ¡A los botes!

   A los sesenta y cinco años murió Jorge Whitefield y fue enterrado, cumpliendo su petición, bajo el púlpito de la iglesia.

lunes, 11 de abril de 2016

Y acerca de David Brainerd, ¿habías oído?"

   Era tarde y el sol ya declinaba hasta casi desaparecer en el horizonte, cuando el viajero, cansado por el largo viaje, divisó las espirales de humo de las hogueras de los indios "pieles rojas".  Después de apearse de su caballo y amarrarlo a un árbol, se acostó en el suelo para pasar la noche, orando fervorosamente.

   Sin que él se diera cuenta algunos pieles rojas lo siguieron silenciosamente, como serpientes, durante la tarde.  Ahora estaban parados detrás de los troncos de los árboles para desde allí contemplar la escena misteriosa de una figura de "rostro pálido", que solo, postrado en el suelo, clamaba a Dios.

   Los guerreros de la villa resolvieron matarlo sin demora, pues decían que los blancos les daban "agua ardiente" a los "pieles rojas" para embriagarlos y luego robarles las cestas, las pieles de animales, y por último, adueñarse de sus tierras. Pero después que rodearon furtivamente al misionero, que postrado en el suelo oraba, y oyeron cómo clamaba al "Gran Espíritu", insistiendo en que les salvase el alma, ellos se fueron, tan secretamente como habían venido.

   Al día siguiente el joven, que no sabía lo que había sucedido... fue recibido en la villa en una forma que él no esperaba.  En el espacio abierto entre los wigwams (tiendas indias), los indios rodearon al joven, quien con el amor de Dios ardiéndole en el alma, leyó el capítulo 53 de Isaías.  Mientras predicaba, Dios respondió a su oración de la noche anterior y los pieles rojas escucharon el sermón con lágrimas en los ojos.

   Ese joven de rostro pálido se llamaba David Brainerd,  Nació el 20 de abril de 1718.  Él mismo escribió las siguientes palabras:
   "Prediqué a los indios sobre Isaías 53:3-10.  Un gran poder acompañaba la Palabra y hubo una marcada convicción en el auditorio; sin embargo, esta no fue tan generalizada... la mayoría de los oyentes se sintieron muy conmovidos y profundamente angustiados; algunos no podían caminar ni estar de pie, y caían al suelo como si tuvieran el corazón traspasado y clamaban sin cesar pidiendo misericordia... Casi todos los presentes oraban y clamaban pidiendo misericordia, y muchos no podían permanecer en pie."
    Es difícil reconocer la magnitud de la obra de David Brainerd entre las diversas tribus de indios, en medio de las florestas; él no entendía el idioma de ellos. Para transmitirles directamente al corazón el mensaje de Dios, tenía que encontrar a alguien que le sirviera de intérprete.  

   Pasaba días enteros simplemente orando para que viniese sobre él, el poder del Espíritu Santo con tanto vigor que las personas no pudieran resistir el mensaje.  Cierta vez tuvo que predicar valiéndose de un intérprete que estaba tan embriagado que casi no se podía mantener en pie; sin embargo, decenas de almas se convirtieron en esa ocasión.

   David Brainerd murió a la edad de 29 años pero cuando cumplió 25 escribió en su diario: "Hoy cumplí veinticinco años de edad.  Me dolía el alma al pensar que he vivido tan poco para la gloria de Dios."




viernes, 8 de abril de 2016

"A su tiempo su pie resbalará"

   "El Dios que os sostiene en la mano sobre el abismo del infierno, más o menos como el hombre sostiene una araña... sobre el fuego, por un momento, para dejarlo caer después, está siendo provocado en extremo...  No sería de admirar si alguno de vosotros, que están llenos de salud y se encuentran en este momento tranquilamente sentados en esos bancos, traspusiesen el umbral de la eternidad antes de mañana..."
   Edwards sostenía el manuscrito tan cerca de los ojos, que los oyentes no podían verle el rostro.  Sin embargo, al acabar la lectura, el gran auditorio estaba conmovido.  Un hombre corrió hacia él clamando:  "¡Señor Edwards, tenga compasión!" Otros se agarraban de los bancos pensando que iban a caer en el infierno... se abrazaban a las columnas para sostenerse, pensando que había llegado el juicio final.
   El resultado del sermón fue como si Dios hubiese arrancado un velo de los ojos de la multitud, para que contemplaran la realidad y el horror de la situación en que se encontraban. El sermón había sido interrumpido por los gemidos de los hombres y los gritos de las mujeres, que se ponían de pie o caían al suelo. Fue como si un huracán soplase y destruyese un bosque. Durante toda la noche, la ciudad de Enfield estuvo como una fortaleza sitiada.  Oíase en casi todas las casas el clamor de las almas que, hasta aquella hora, habían confiado en su propia justicia.

¿Sabes lo que Jonathan Edwards había hecho antes de predicar? 

Durante tres días Edwards no había tomado ningún alimento, y por tres noches no durmió. Había rogado a Dios sin cesar: ¡Dame la Nueva Inglaterra!  Después de levantarse de orar, cuando se dirigía al púlpito, uno de los allí presentes dijo que su semblante era como de quien, por algún tiempo, hubiera estado contemplando el rostro de Dios.  Aun antes de abrir la boca para pronunciar la primera palabra, la convicción del Espíritu Santo cayó sobre el auditorio.

   ¿Cuál de esas cosas necesitamos hoy en día, cuando estamos viviendo en medio de densas tinieblas de pecado?  ¿Necesitaremos a otro Jonathan Edwards que se atreva a predicar un discurso tan crudo como este que mencionamos? ¿Necesitaremos otro tipo de sermón como el que se predica ahora ofreciendo cobertura de parte de hombres?  Creo que necesitamos dos cosas, la valentía para predicar la Palabra y decir lo que Dios dice acerca del pecado, de Su Ira y del destino del hombre.  Pero también necesitamos corazones rendidos al Señor como el de este hombre que intercedía por sus oyentes con pasión y ternura, con desesperación y temor.

Pecadores en las Manos de un Dios Airado



https://www.youtube.com/watch?v=hdh5FFcTVfA&nohtml5=False


jueves, 7 de abril de 2016

¿Has escuchado hablar de Jonathan Edwards?


  Hace dos siglos que el mundo habla del famoso sermón, Pecadores en las manos de un Dios airado, y de los oyentes que se agarraban de las bancas pensando que iban a caer en el fuego eterno. Ese hecho fue solamente uno de los muchos que ocurrieron en aquellas reuniones, en que el Espíritu Santo desvendaba los ojos de los presentes, para que contemplaran la gloria de los cielos y la realidad del castigo que esta bien cerca de aquellos que están alejados de Dios.

   Los creyentes de hoy le deben a ese héroe, gracias a su perseverancia en orar y estudiar bajo la dirección del Espíritu santo, el retorno a varias doctrinas y verdades de la iglesia primitiva.  ¿Cuáles eran las doctrinas que la iglesia había olvidado y cuáles las que Edwards comenzó a enseñar y a observar de nuevo, con manifestaciones tan sublimes?

   La doctrina a la que dio más énfasis, fue la del nuevo nacimiento, como una experiencia cierta y definida en contraste con la idea de la iglesia romana y de varias denominaciones, de que es suficiente aceptar una doctrina.  Un gran número de creyentes despertó ante el peligro de pasarse la vida sin tener la seguridad de estar en el camino que lleva al cielo, cuando en realidad estaban a punto de caer en el infierno.  No se podía esperar otra reacción sino que aquellos que fueron despertados se llenaran de gran espanto.

   Lo que marcó el comienzo del Gran Despertamiento (un avivamiento), fue una serie de sermones predicados por Edwards sobre la doctrina de la justificación por la fe, que hizo que los oyentes sintieran la verdad de las Escrituras, de que toda boca permanecerá cerrada en el día del Juicio Final, y que "no hay nada absolutamente que, por un momento, evite que el pecador caiga en el infierno, a no ser la buena voluntad de Dios."

   El famoso sermón de Jonathan Edwards: Pecadores en las manos de un Dios airado, merece una mención especial.

   El pueblo, al entrar para asistir al culto, mostraba un espíritu de indiferencia y hasta falta de respeto ante los cinco predicadores que estaban presentes.
   Jonathan Edwards fue escogido para predicar.  Era un hombre de dos metros de altura...su cuerpo estaba enflaquecido de tanto ayunar y orar.  Sin hacer ningún gesto, apoyado con un brazo sobre el púlpito, sosteniendo el manuscrito con la otra mano, hablaba en voz monótona.  Su discurso se basó en el texto de Deuteronomio 32:35 "A su debido tiempo su pie resbalará."

   Después de explicar ese pasaje, añadió que nada evitaba por un momento que los pecadores cayesen al infierno, a no ser la propia voluntad de Dios; que Dios estaba más encolerizado con algunos de los oyentes que con muchos de los que ya estaban en el infierno; que el pecado era como un fuego encerrado dentro del pecador y listo, con el permiso de Dios, para transformarse en hornos de fuego y azufre, y que solamente la voluntad de Dios, indignado, los guardaba de una muerte instantánea.

   Prosiguió luego, aplicando el texto al auditorio:
"Ahí está el infierno con la boca abierta.  No existe nada a vuestro alrededor sobre lo que os podáis afirmar y asegurar. Entre vosotros y el infierno existe solo la atmósfera...hay en este momento nubes negras de la ira de Dios cerniéndose sobre vuestras cabezas, que presagian espantosas tempestades con grandes rayos y truenos.  Si no fuese por la soberana voluntad de Dios, que es lo único que evita el ímpetu del viento hasta ahora, seríais destruidos y transformados en una paja de la era..."

...continuará...

martes, 5 de abril de 2016

¿Sencillo? ¿Simple?

   Hace como dos años me regalaron un folleto evangelístico.  Sumamente sencillo, fácil de leer, un buen tamaño de letra, el papel era suave, el color agradable, de hecho el color es uno de mis colores favoritos.  El diseño también era agradable.  Las frases claves se veían completamente claras.  Y allí estaba el problema.
   No me quedó lugar a dudas de que yo nunca lo entregaría.  Y lo que voy a hacer hoy es a transcribirte ese folleto para que veas cuán fácilmente podemos tergiversar el evangelio, sin recordar que están en juego almas eternas.

   El título: SER SALVO ES MUY SENCILLO

1.  Es tan simple como entrar por una puerta
"Sí, yo soy la puerta, y los que entren por esta puerta se salvarán."
Juan 10:9a

2.  Es tan simple como pedir ayuda
"Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo."
Romanos 10:13

3.  Es tan simple como venir cuando a uno lo llaman
"Venid a mí, todos los que estáis trabajados y cargados, 
que yo os haré descansar."
Mateo 11:28

4.  Es tan simple como recibir un regalo
"Porque la paga del pecado es muerte mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro."
Romanos 6:23

5.  Es tan simple como beber agua
"Pero el que beba del agua que yo doy nunca más tendrá sed.  
Porque esa agua es como un manantial del que brota vida eterna."
Juan 4:14

6.  Es tan simple como comer pan
"Yo soy el pan vivo que bajó del cielo.  Si alguno come 
de este pan vivirá para siempre."
Juan 6:51

7.  Es tan simple como creerle a Dios
"De cierto, de cierto os digo: el que cree en mí, tiene vida eterna."
Juan 6:47

   No permitas que el diablo te engañe, haciéndote creer de que existe alguna otra forma.  Porque él es un mentiroso, y el padre de la mentira.  La salvación y la vida eterna es un obsequio gratis para todos aquellos que simplemente reciban a Cristo en su corazón.

Oración de fe: Señor Jesús reconozco que soy pecador, perdóname, me arrepiento de mis pecados.  Confieso que eres el Señor de mi vida y te acepto, te recibo como el único y suficiente salvador de mi alma, entra en mi vida y en mi corazón. Transfórmame, hazme una nueva persona...gracias Señor Jesús, te amo.

   Dios nos manda a ocuparnos en nuestra salvación con temor y temblor, ¿podríamos entonces llamarla sencilla o simple? ¿Será sencilla y simple una salvación que nos libera de ir rumbo a la muerte eterna y al castigo eterno? ¿Acaso la salvación es sencilla porque no tuvimos que pagar nada?  O es sencilla porque el que murió era alguien común y corriente.  ¿Acaso no fue el mismo Dios Hijo que dejó su Gloria y se encarnó para ofrecerse como el sacrificio perfecto para perdonar nuestros pecados?
   "Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, que vuestros padres os legaron, no con cosas corruptibles, como la plata y el oro; sino con la sangre preciosa del Mesías, como de un cordero sin mancha y sin defecto, escogido ciertamente antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor a vosotros..." 1 Pedro 1:18
Además, y por si fuera poco, cómo llega esta persona que lee el folleto al convencimiento de que es pecador si en toda la exposición no se habla de su condición perdida.  

   Quiera el Señor que nunca más caigamos en un error así, de pensar que la obra de Dios nos da una salvación que es tan fácil de obtener, como pedir ayuda, como beber agua o como comer pan.






lunes, 4 de abril de 2016

De allí mismo de San Juan

   ¿Y hay algo más que se necesite hacer allí?  ¿Por qué seguir hablando sobre ese lugar llamado San Juan, que queda a 10 minutos de la Villa del Rosario? ¿Acaso no hay necesidad en otros lugares?  Si tuviera que responderte brevemente esas preguntas te diría: ¡Sí!, Porque sí, ¡Sí!  Pero eso no es lo que quiero hacer. Quiero seguirte contando.

Lugar de la Obra Manual
¿Puedes ver a ese señor llamado Luis en la fotografía?  El es un creyente.  Uno de los tres creyentes fieles que quedan en ese lugar.  No importa si la actividad es para los niños.  El está. Su hermano Ramiro es el que está encargado del cuidado del local donde se reúne la iglesia en San Juan.
   Hace muchos años que este hermano Luis asiste allí y no puedes imaginarte qué es lo que él desea con tantas fuerzas como desea que la iglesia siga reuniéndose.  Él quiere aprender a leer.  Él dice: Si yo supiera leer, yo podría leer mi Biblia y enseñar a los hermanos."

¿Y me preguntarás ahora si hay algo más que se pueda hacer allí?  ¿Acaso seré yo la que cierre mi mente y diga que eso no es misiones?  ¿Cuál fue el mandato de Jesucristo en la gran comisión?  Mateo 28:19
"Id pues, discipulad a todas las gentes, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todas las cosas que os mandé..."
   Sí, es cierto, allí no dice que los enseñemos a leer, pero... ¿cómo puede Luis conocer a Dios, memorizar la Palabra, aprender cómo quiere Dios que vivamos, conocer cuál es el propósito de Dios para su vida y cuál es la voluntad de Dios?
   ¿Querrías invertir tu vida para enseñar a otros a leer la Palabra?  Claro que yo quisiera aunque fuera ayudar en esa tarea.  Hay mucho por hacer.

Los alumnos más grandes que tuvimos
   Leovaldo y José son los alumnos más grandes que asistieron a la Escuela Vacacional de Semana Santa. A mí siempre me enseñaron que los muchachos grandes no quieren estar con los pequeños y muchos menos que los traten como a los niños.
   Quizá eso suceda en otros lugares y con otros jóvenes.  Pero ciertamente, en San Juan y con estos dos muchachos no pasa lo mismo.  A mi me afloraba una sonrisa cuando pensaba en algunos muchachos de mi iglesia y de mi clase en particular que ya quieren que uno les hable como a jóvenes.  A José no le importaba hacer los efectos de sonido, repetir el versículo de memoria, cantar junto con los pequeños.  Nada ni nadie los obligaba a asistir, mucho menos a permanecer allí.  
   ¿Son salvos? No lo sé. No tuve mucha oportunidad de conversar con ellos. Lo único que les dije fue: ¡No falten mañana!  Y no faltaron.  Estoy segura de que era el Señor quien los llevaba y en medio de la enseñanza planeada para niños más pequeños, el Señor nos permitió presentarles a ellos el evangelio como un asunto que no tiene edades.  Son igual de pecadores como cualquier niño, como cualquier adulto.  Son enemigos de Dios como cualquiera y necesitan a Cristo igual que todas las personas.
   ¿No valdrían la pena consumir tus recursos y energías para evangelizar personalmente a estos dos muchachos?  ¿No necesitan ellos que alguien les muestre la verdad?  ¡Claro que sí!
   Quisiera terminar de otra manera. Quisiera no ser cansona ni repetitiva, pero no hay mejor manera de concluir mi pensamiento que confirmando que Jesús tenía toda la razón:
¡Señor envía obreros a tu mies!  
¡Heme aquí, envíame a mí! 
Aunque sea a enseñar a leer a Luis 
y a evangelizar y discipular a Leovaldo y a José.






viernes, 1 de abril de 2016

¡Señor, que tu visión sea la mía!

   Cuando estábamos a punto de concluir nuestras actividades en San Juan, el pastor de mi iglesia, siempre me siento extraña cuando digo mi iglesia, reunió al equipo de trabajo.  Allí estábamos todos, porque hasta las dos preciosas hermanas que nos ayudaron con el sustentamiento de nuestros cuerpos, eran otras misioneras como todos los demás.  Allí no hubo distinciones y Gloria al Señor por eso.

  Bueno, fuimos alentados, retados a no dejar de lado el trabajo que estábamos haciendo. Aprovechamos este momento, que también fue precioso para nuestras almas, trayendo a nuestras mentes al Señor a quien servimos y oramos. Rogamos al Señor de la mies que enviara obreros a Su mies en San Juan.  

   Sí, tal vez te parezca cursi, pero síííí, me pareció un precioso momento para obedecer a nuestro Salvador de esa manera tan literal.  Estábamos viendo la necesidad, habíamos hecho cosas buenas, pero al momento nos parecía tan poquito.  Estábamos seguros de que la necesidad era mayor de lo que podíamos nosotros hacer.  
También pedimos al Señor por otros misioneros que estaban pasando por dificultades en nuestro país.  Y finalmente le rogamos al Señor que no dejara que esa llama que ardía en nuestros corazones se extinguiera, sino que creciera.
   Era temprano, iba a ser el día cuando contaríamos a los niños que Jesús resucitó. Era un sábado glorioso.  Y a cada miembro del equipo, nos regalaron una tarjeta, con unas palabras hermosas y alentadoras.  Eso es lo que quiero contarte hoy, mejor dicho lo que voy a escribirte hoy.  Contiene unas palabras escritas por Floyd McClung:

"Si tenemos pasión de evangelista, 
somos las personas más peligrosas del planeta.  
El mundo no gobierna ya nuestro corazón.
Ya no nos seduce el obtener y ganar, 
sino el propagar y proclamar la Gloria de Dios 
en las naciones.

Vivimos como peregrinos, libres de las 
preocupaciones del mundo.

No tenemos miedo a perder.  
Nos atrevemos incluso a creer que se nos ha dado 
el privilegio de morir para dar a 
conocer su fama por toda la tierra.

Las pasiones del Padre,
se han convertido en las nuestras.
Nuestra satisfacción y significado
residen en Él.

Creemos que Él está siempre
con nosotros hasta el final.

Nuestro mayor sueño es que su nombre
sea alabado en lenguas jamás escuchadas.

Nuestra recompensa es la mirada llena 
de puro deleite que esperamos ver 
en Sus ojos cuando estemos a Sus pies.

   Señor, ¡cuánto me falta para llenar estas ropas de siervo!  Quiero vivir lo que dice allí aunque tu llamado para mi vida sea quedarme con mis bellos alumnos de la clase de Primarios e Intermedios de mi Iglesia.