jueves, 7 de abril de 2016

¿Has escuchado hablar de Jonathan Edwards?


  Hace dos siglos que el mundo habla del famoso sermón, Pecadores en las manos de un Dios airado, y de los oyentes que se agarraban de las bancas pensando que iban a caer en el fuego eterno. Ese hecho fue solamente uno de los muchos que ocurrieron en aquellas reuniones, en que el Espíritu Santo desvendaba los ojos de los presentes, para que contemplaran la gloria de los cielos y la realidad del castigo que esta bien cerca de aquellos que están alejados de Dios.

   Los creyentes de hoy le deben a ese héroe, gracias a su perseverancia en orar y estudiar bajo la dirección del Espíritu santo, el retorno a varias doctrinas y verdades de la iglesia primitiva.  ¿Cuáles eran las doctrinas que la iglesia había olvidado y cuáles las que Edwards comenzó a enseñar y a observar de nuevo, con manifestaciones tan sublimes?

   La doctrina a la que dio más énfasis, fue la del nuevo nacimiento, como una experiencia cierta y definida en contraste con la idea de la iglesia romana y de varias denominaciones, de que es suficiente aceptar una doctrina.  Un gran número de creyentes despertó ante el peligro de pasarse la vida sin tener la seguridad de estar en el camino que lleva al cielo, cuando en realidad estaban a punto de caer en el infierno.  No se podía esperar otra reacción sino que aquellos que fueron despertados se llenaran de gran espanto.

   Lo que marcó el comienzo del Gran Despertamiento (un avivamiento), fue una serie de sermones predicados por Edwards sobre la doctrina de la justificación por la fe, que hizo que los oyentes sintieran la verdad de las Escrituras, de que toda boca permanecerá cerrada en el día del Juicio Final, y que "no hay nada absolutamente que, por un momento, evite que el pecador caiga en el infierno, a no ser la buena voluntad de Dios."

   El famoso sermón de Jonathan Edwards: Pecadores en las manos de un Dios airado, merece una mención especial.

   El pueblo, al entrar para asistir al culto, mostraba un espíritu de indiferencia y hasta falta de respeto ante los cinco predicadores que estaban presentes.
   Jonathan Edwards fue escogido para predicar.  Era un hombre de dos metros de altura...su cuerpo estaba enflaquecido de tanto ayunar y orar.  Sin hacer ningún gesto, apoyado con un brazo sobre el púlpito, sosteniendo el manuscrito con la otra mano, hablaba en voz monótona.  Su discurso se basó en el texto de Deuteronomio 32:35 "A su debido tiempo su pie resbalará."

   Después de explicar ese pasaje, añadió que nada evitaba por un momento que los pecadores cayesen al infierno, a no ser la propia voluntad de Dios; que Dios estaba más encolerizado con algunos de los oyentes que con muchos de los que ya estaban en el infierno; que el pecado era como un fuego encerrado dentro del pecador y listo, con el permiso de Dios, para transformarse en hornos de fuego y azufre, y que solamente la voluntad de Dios, indignado, los guardaba de una muerte instantánea.

   Prosiguió luego, aplicando el texto al auditorio:
"Ahí está el infierno con la boca abierta.  No existe nada a vuestro alrededor sobre lo que os podáis afirmar y asegurar. Entre vosotros y el infierno existe solo la atmósfera...hay en este momento nubes negras de la ira de Dios cerniéndose sobre vuestras cabezas, que presagian espantosas tempestades con grandes rayos y truenos.  Si no fuese por la soberana voluntad de Dios, que es lo único que evita el ímpetu del viento hasta ahora, seríais destruidos y transformados en una paja de la era..."

...continuará...

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