lunes, 4 de abril de 2016

De allí mismo de San Juan

   ¿Y hay algo más que se necesite hacer allí?  ¿Por qué seguir hablando sobre ese lugar llamado San Juan, que queda a 10 minutos de la Villa del Rosario? ¿Acaso no hay necesidad en otros lugares?  Si tuviera que responderte brevemente esas preguntas te diría: ¡Sí!, Porque sí, ¡Sí!  Pero eso no es lo que quiero hacer. Quiero seguirte contando.

Lugar de la Obra Manual
¿Puedes ver a ese señor llamado Luis en la fotografía?  El es un creyente.  Uno de los tres creyentes fieles que quedan en ese lugar.  No importa si la actividad es para los niños.  El está. Su hermano Ramiro es el que está encargado del cuidado del local donde se reúne la iglesia en San Juan.
   Hace muchos años que este hermano Luis asiste allí y no puedes imaginarte qué es lo que él desea con tantas fuerzas como desea que la iglesia siga reuniéndose.  Él quiere aprender a leer.  Él dice: Si yo supiera leer, yo podría leer mi Biblia y enseñar a los hermanos."

¿Y me preguntarás ahora si hay algo más que se pueda hacer allí?  ¿Acaso seré yo la que cierre mi mente y diga que eso no es misiones?  ¿Cuál fue el mandato de Jesucristo en la gran comisión?  Mateo 28:19
"Id pues, discipulad a todas las gentes, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todas las cosas que os mandé..."
   Sí, es cierto, allí no dice que los enseñemos a leer, pero... ¿cómo puede Luis conocer a Dios, memorizar la Palabra, aprender cómo quiere Dios que vivamos, conocer cuál es el propósito de Dios para su vida y cuál es la voluntad de Dios?
   ¿Querrías invertir tu vida para enseñar a otros a leer la Palabra?  Claro que yo quisiera aunque fuera ayudar en esa tarea.  Hay mucho por hacer.

Los alumnos más grandes que tuvimos
   Leovaldo y José son los alumnos más grandes que asistieron a la Escuela Vacacional de Semana Santa. A mí siempre me enseñaron que los muchachos grandes no quieren estar con los pequeños y muchos menos que los traten como a los niños.
   Quizá eso suceda en otros lugares y con otros jóvenes.  Pero ciertamente, en San Juan y con estos dos muchachos no pasa lo mismo.  A mi me afloraba una sonrisa cuando pensaba en algunos muchachos de mi iglesia y de mi clase en particular que ya quieren que uno les hable como a jóvenes.  A José no le importaba hacer los efectos de sonido, repetir el versículo de memoria, cantar junto con los pequeños.  Nada ni nadie los obligaba a asistir, mucho menos a permanecer allí.  
   ¿Son salvos? No lo sé. No tuve mucha oportunidad de conversar con ellos. Lo único que les dije fue: ¡No falten mañana!  Y no faltaron.  Estoy segura de que era el Señor quien los llevaba y en medio de la enseñanza planeada para niños más pequeños, el Señor nos permitió presentarles a ellos el evangelio como un asunto que no tiene edades.  Son igual de pecadores como cualquier niño, como cualquier adulto.  Son enemigos de Dios como cualquiera y necesitan a Cristo igual que todas las personas.
   ¿No valdrían la pena consumir tus recursos y energías para evangelizar personalmente a estos dos muchachos?  ¿No necesitan ellos que alguien les muestre la verdad?  ¡Claro que sí!
   Quisiera terminar de otra manera. Quisiera no ser cansona ni repetitiva, pero no hay mejor manera de concluir mi pensamiento que confirmando que Jesús tenía toda la razón:
¡Señor envía obreros a tu mies!  
¡Heme aquí, envíame a mí! 
Aunque sea a enseñar a leer a Luis 
y a evangelizar y discipular a Leovaldo y a José.






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