miércoles, 30 de marzo de 2016

...y los obreros pocos

   Hay algo que sucede cuando vez a una persona que tiene grandes necesidades. 

   Lo primero que viene a tu mente es un: ¡Pobrecito!  Tus ojos han realizado un rápido escaneo de la persona y te das cuenta que le hace falta un buen baño, una buena lavada de cabeza, y de uñas de pies y manos.  Luego pasas a examinar muy brevemente su ropa. Te das cuenta de que le pertenecía a alguien más y le queda muy grande, tiene agujeros y no huele bien.

   Hasta este momento estás casi seguro de que puedes hacer algo por esta persona y todo cambiaría en un instante.  Aún en medio de una crisis económica como la que atraviesan casi todos los venezolanos, sería sencillo cambiar la apariencia del ¡Pobrecito!

   Pero esa perspectiva cambia cuando abre su boca y te das cuenta de que está perdido.  Te das cuenta que no tiene a Cristo y entonces parece que su cuerpo desaparece.  Ya no notas su piel, su cabello, ni su ropa. Quedas de frente a un alma que te pide que le cuentes mas historias.  Eso me pasó el segundo día que estuve en San Juan.

   Wilson y Francisco son dos de tres hermanos que estuvieron en la Escuela Vacacional de Semana Santa. Llenos de vida, tremendos, expertos corredores de pies descalzos en arena caliente.  Fueron los primeros, junto a Keibi, que llegaron ese día y se sentaron junto a mi en la iglesia vacía.  Lo primero que me preguntaron era a qué hora pasarían esa tarde la película para los niños.  Me dijeron que debíamos pasarla a las 3:00 pm. porque el día anterior habían robado cerca de la iglesia en la nochecita.

   Llamamos al pastor para contarle y nos quedamos escuchando al pastor recomendarles que debían permanecer cerca de sus padres.  En ese momento y como solo saben hacer los niños, la conversación acerca del robo se cayó y entonces Francisco dijo: Profe, ¿por qué tú no vienes los sábados y domingos y nos cuentas mas historias?

   Solo podía mirar sus ojos.  Quise explicarles lo difícil que es la vida, que la situación económica es difícil y tenemos que cuidar el trabajo.  Quise decirle que en la iglesia ya tengo bastante trabajo.  Que los sábados son días extenuantes, con el ensayo del grupo de adoración y luego el trabajo con el grupo de OANSA. Al llegar el final de la tarde hay que repartir en el carro a todos los que quepan y cuando llegas a la casa además de cansada, hay que preparar todos lo necesario para el día siguiente en la iglesia: el servicio de Júbilo y Adoración y luego Descubriendo la Palabra en la Escuela Dominical.  ¡Epa, este cuerpo se cansa!

   Y... ¿sabes qué?  No fui capaz de pronunciar ninguna de esas palabras.  Acaso venir y sentarte bajo una mata de mango, durante dos horas contando historias bíblicas ¿no sería menos agotador y menos estresante que mi rutina?  ¿Qué importa un viaje de hora y media para que sepan la historia de la redención? ¿Por qué ese cansancio sería mayor que el de la ciudad?  ¿Qué me detiene?

   ¿Recuerdas la historia de Pablo deseando ir a Asia?  En Hechos 16:6-8 dice:
"Y viajaron a través de la región de Frigia y Galacia, pues el Espíritu Santo les impidió hablar la palabra en Asia.  Y yendo a Misia, intentaban ir a Bitinia, pero el Espíritu de Jesús no se lo permitió.  Entonces, atravesando Misia, bajaron a Troas."
   Lo que Pablo quería hacer era muy bueno. Quería llevar el evangelio a Asia. Pero no por bueno era la voluntad de Dios. Dios ha establecido medios y tiene un plan eterno el cual se cumplirá sin importar lo que digamos. El Espíritu Santo dijo NO. Pero allí no termina el relato.
"Y se mostró a Pablo una visión de noche: Cierto varón macedonio estaba de pie y le rogaba diciendo: ¿Pasa a Macedonia y ayúdanos!  Tan pronto como tuvo la visión, enseguida procuramos partir para Macedonia, persuadidos de que Dios nos había llamado para proclamarles el evangelio."
   Nos debe quedar claro.  Es Dios el Señor de la mies, Él es quien envía los obreros a Su mies, como quiere, donde quiere y cuando quiere.

   Ya me conoces un poco.  Estoy llorando por dentro.  Le dije al Señor que estaba dispuesta.  Le dije como Isaías: "...heme aquí, envíame a mi."  ¿Hay algo más que pueda hacer?













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