Esta vez viajaba sola y me tocó hacer escala en Dallas. El Aeropuerto Internacional de Dallas, es el segundo más grande de los Estados Unidos y el tercero más grande del mundo. Muchas personas me advirtieron que tenía el tiempo justo entre los vuelos para localizar la puerta de embarque para el avión que me llevaría hasta Colorado.
En el boleto decía que era la puerta C-35 y yo estaba en la puerta A-22. Caminé unos 10 minutos tratando de encontrar alguna indicación para poder llegar a la estación C, pero como no encontré ninguna información, decidí regresar hasta la puerta por donde había entrado. En el camino vi un aviso que decía que había un tren que me podía llevar hacia las terminales B y C. La flecha del aviso indicaba que estas terminales estaban en el sentido contrario al que yo estuve caminando.
Estaba agotada después de 10 horas de viaje, así que lentamente comencé a caminar en la dirección correcta. Nunca vi el tan ansiado tren y cuando pensé que no iba a lograr estar a tiempo, oí su voz. Era un hindú que venía abriéndose paso entre las personas que caminaban en el aeropuerto. Manejaba un pequeño carrito de 8 puestos y decía: ¡Abran paso, por favor! ¡Miren el carro! ¡Disculpen, por favor! y lo decía una y otra vez como si no se cansara. Muchas de las personas ni siquiera prestaban atención a las palabras que eran dichas con el propósito de evitar accidentes.
Se detuvo frente a mí, creo que por mi cara de cansancio y la sensación de que estaba perdida. Ahora, mientras vuelvo a escribir esta historia, estoy segura de que el Señor le dijo que se detuviera y me preguntara: ¿Dónde vas?, Pon tus maletas atrás y sube al carro. Voy a la puerta C-35, dije. Tardó 20 minutos en llegar hasta mi puerta de salida. Durante el recorrido oía admirada la voz de Jelany, este hindú tan amable, que repetía su letanía una y otra vez.
El carrito iba por un ancho pasillo repleto de gente. Muchos se apartaron al oír su voz, otros estaban tan distraídos que obligaban al carro a detenerse mientras otros alertaban a los que no escuchaban.
Jelany siempre detuvo el carro frente a los que tenían cara de cansancio, expresión de estar perdidos y a los ancianos y los montaba en el carro. Cuando se llenaban los asientos prometía regresar a buscar a otros y les pedía que esperaran sentados. Si algún anciano tenía dudas, él se bajaba y lo ayudaba a solucionar su problema.
Este hombre me hizo pensar en nosotros los cristianos. Deberíamos ir diciendo el mismo mensaje una y otra vez. Pablo lo hacía, porque él dijo que no se había propuesto saber entre los corintios otra cosa que no fuera Cristo y a este crucificado. Cristo lo hizo. Dice en Marcos 1:15 que cuando Él comenzó su ministerio lo hizo diciendo: ¡Arrepentíos y creed en el evangelio!
Tenemos que asegurarnos que todos oigan. Quiero asegurarme que todos mis alumnos oigan. Padres, deben asegurarse de que sus hijos escuchen el evangelio. Una y otra vez. Necesitan escucharlo una y otra vez.
Cuando me bajé en la puerta C-35 le di una propina adicional a Jelany por la lección que trajo a mi mente y una inmensa sonrisa por haberme ayudado.
Cuando se trata del evangelio, algunos no querrán oír, algunos harán un gesto de aburrimiento. Quizá alguno dirá: ¡Ahí viene otra vez la maestra!, ¡De nuevo mamá está insistiendo! Otros escucharán y el Señor en su misericordia, a través del Espíritu Santo le convencerá de pecado. Pero todos necesitan oír. La fe viene por el oír. No hemos sido llamados a ser populares, ni a gustarle a nuestros alumnos, ni a complacer a nuestros hijos seleccionando qué le decimos y qué no. Hemos sido llamados a suplicarles que se reconcilien con Dios.
Por cierto, esta mañana leí en Lucas 20, el versículo 1 y casi que pensé que algunas palabras tenían relieve en mi Biblia: "Aconteció en uno de aquellos días, mientras enseñaba y evangelizaba al pueblo en el templo,..." ¿Lo viste? Jesús enseñaba y evangelizaba en el templo. Me encantó este versículo. ¡Hagámoslo nosotros también!
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